No me quiero rendir, espero que tu tampoco.
Este año, hemos sido testigoas y actrices de un grito desgarrador. Ese grito, nació del lamento en que se sumió este país desde su origen, encriptado hace unos 38 años, desde el asesinato premeditado del sentido de organización, conciencia de clase, comunidad y participación, acribilladas cruentamente por el puño del individualismo social, económico, político, cultural, de la ideología capitalista, jactándose de un etnocidio sin límites, con aspiraciones – y que por cierto lo ha logrado – de propagación mundial.
El Chile que conozco, nace de un lamento, que fue transmutándose desde esa historia, la de hace no tantos siglos, en que la usurpación – llamado por varios “la conquista” – del territorio se encontró con otros y otras que lo habitaban desde tiempos mucho más antiguos, quienes no dudaron en defender lo que era suyo; por lo tanto es un lamento que asiéndose de y construyéndose en la historia, la que nos han contado y la que se oculta, es parte de nosotros, de nuestra memoria sonora, visual, olfativa… ; un lamento que nació producto del miedo, la violencia, la injusticia, la dominación política, económica, ideológica de unas pocas y pocos sobre muchos y muchas que olvidaron, que les hicieron olvidar, el gozo de levantar la mirada, la voz, las mentes y los cuerpos, para caminar construyendo sus propios caminos. Porque el lamento, no las deja seguir; el lamento, mantiene nuestras voces en un interno susurro circular, sin salida, rebotando dentro de nuestras cavidades, explorando y explotando nuestros yoes, egos, sues, alejándonos del nosotroas. Aprendimos a nacer lamentándonos, vivir en el lamento, morir por un lamento. Lamento que nos hace lamernos a nosotroas mismoas, consumir a todo lo que se nos cruce por delante, apropiarse de las otras y los otros, sentirnos dueñas, dueños, amos y amas, pero sin siquiera amar. El lamento detiene, obstruye, gangrena. El lamento mata.
Sin embargo, no todas ni todos se quedaron conformes, lamentándose. Muchos han tratado de transmutar ese lamento, en el grito – la otra cara de la moneda – lográndolo en muchas ocasiones, pero encontrando oídos más que sordos en muchas más. Pero, a pesar de las bocas cerradas, oídos sordos, manos empuñadas y pieses quietos, si bien incluso varios y varias yacen bajo tierra, en el mar, desaparecidos, escondidos “por la razón o la fuerza”, otros y otras escucharon sus gritos, usándolos como una cometa para elevarse, escapando del mar de lamentos y delirios. Como hoy, que vivimos un tiempo extraño, que a muchas asusta, que a muchos desconcierta, en que varios de nosotras hemos sido parte de un despertar masivo de las voces, en que nuestra historia se hace presente y consciente, en cada uno de nosotras, destapando todo lo que habían taponado por siglos y siglos… Mas, el grito es sólo el primer paso para dejar atrás los lamentos. Es una vía de escape, pero no es el fin en sí mismo. El grito nos permitirá romper esas barreras de silencio, monotonía y quietud en que vivimos, para despertar. Pero el grito puede volverse en nuestra contra, y llevarnos a vivir nuevamente en la sordera, pero esta vez por el colapso en el ruido. Un ruido que finalmente, nos haga volver a la quietud en el tiempo/espacio. Es por eso que luego del grito, debemos ser capaces de controlar nuestras voces, aprender los silencios, calderones, ritmos, y hablar. Sí, hablar; algo tan pertinente al ser/hacer humano, y totalmente olvidado. Muchos y muchas, no sabemos hablar – con esto no me refiero a un uso correcto de la gramática, sintaxis y afines – sino que el hablar necesita de su opuesto complementario: escuchar. Entendiendo el hablar y escuchar no sólo a través de las palabras, sino a través de todo la capacidad de expresión que podemos desarrollar.
Hoy, en este país que me tocó nacer y en varios países de nuestros continentes, muchas y muchos han puesto energía, corazón y conciencia para gritar a los mil vientos que estamos pendientes y dispuestos de tomar el curso de la historia, que es nuestra; de ser partícipes de las revoluciones que consideramos necesarias para poder habitar y compartir en un mundo más justo para cada una de nosotras y cada uno de nosotros. Nuestros gritos deben permitirnos dejar atrás ese quietismo burócrata vestido de bandas presidenciales, coaliciones políticas y mierdas empresariales, que fantasean en sueños de poder y riquezas, que para nosotros han sido las peores pesadillas. Debemos continuar luchando para alzar nuestras voces, destapar los oídos de los más sordos, para lograr comunicarnos y entendernos. Hablarnos y escucharnos.
Ahora, no es tiempo de echar pie atrás. No te rindas.
Si te sientes aún adormecido, todavía tienes tiempo de despertar.
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