He ahí, una vez más, sentada frente a la inmensidad de la mar... me llamaba a incorporarme a su rítmico y asincopado movimiento cadencioso... pero ella, le temía. A veces es muy celosa, y no tan sólo quiere envolvernos por completo, sino en muchas ocasiones, no dejarte salir. No es con todos así, hay quienes le han encontrado un punto débil, y son capaces de introducirse en ella, haciéndose uno; son los que nadan. Se transforman en parte de su armonía y rítmica particularmente adormilante, pero saben escapar a tiempo, antes de caer en su trance. Ella, nada junto a ellos. Pero yo, no quiero hacer nada. Sí, es miedo, pues ella me ha dicho que no me quiere dejar salir; una vez que me atrape, no hay vuelta atrás. Prefiero observarla desde la lejanía, y hacer nada, no nadar, sólo escucharla, pero aun así me atrapa... Sin embargo, su ritmo me llama, y tarde o temprano caeré en ese sonido, relajante, húmedo, frío y refrescante. Sonido del mar, de la tierra y del mundo. Ya no le temo, ahora, nada me hace tenerle miedo, ya puedo nadar.
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