Los caminantes, avanzaban a través de esos terrenos que deseaban atraparles. Iban hacia un encuentro con la historia y la memoria, los recuerdos y el olvido, quienes los esperaban ansiosos para contarles aquello que tanto deseaban que volara entrelazándose al aire y los rayos del sol, quién los miraba atentamente en su lento caminar. Les esperaban unos ojos tan celestes como el cielo y más profundos que el mar. Ojos de la lejanía y del recuerdo, ensimismados en un letargo a veces tan agobiante como el calor que les rodeaba. Una voz que se escabullía entre el silencio buscaba un respiro, y quería contar lo que le había tocado vivir. Era a veces inaudible y otras tan clara como el agua del río que alguna vez corrió caudaloso por el valle. Una voz que venía desde tan adentro que a veces se vislumbraba hasta el alma del hombre con los ojos que reflejaban el cielo.
Día de la tierra: otro año menos
Hace 17 años